Volvieron después de mil trabas - MPPRE

Volvieron después de mil trabas

La movilidad humana es una prerrogativa consagrada en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la Organización de Naciones Unidas (ONU) y es ese el derecho que han ejercido, por diferentes motivos, cientos de miles de venezolanos en los últimos años. Discursos políticos, asignación de recursos multimillonarios y la afirmación de que todos escapan del hambre y la violencia de una propuesta socialista de gobierno en busca de una bonanza y bienestar en países con sistemas abiertamente neoliberales, permiten pensar que salir de Venezuela se convirtió en un fenómeno más mediático que humano. En medios y redes sociales, grupos aseguran que apenas al cruzar la frontera se acaban todos los problemas que evidentemente vive la población de una nación bloqueada abiertamente desde hace meses, pero atacada desde muchos flancos desde hace años. Pero noticias, campañas en redes, manifestaciones de odio por procedencia, xenofobia y relatos acerca de vejaciones y maltratos gratuitos, dan fe de que al llegar a esos países no acaban los problemas y la realidad es bastante distinta a la campaña que invita a salir del país.

¿Bienvenidos?

Episodios de xenofobia se han registrado desde siempre en todas las naciones y los expertos los atribuyen a que los nacionales de los países receptores ven en el inmigrante a un intruso que puede quitarles sus empleos que ya son escasos para ellos, ven en el recién llegado a alguien que acepta trabajar por menos dinero, empeorando situaciones económicas precarias antes de la migración, y a quienes, además, consumen sus ya insuficientes recursos. A finales del siglo XX, Nelson Mandela y Mary Robinson, para ese momento alta comisionada de las ONU para DDHH y además Secretaria General de la Conferencia Mundial contra el Racismo, suscribían un documento admitiendo que: “No han desaparecido el racismo, la discriminación racial, la xenofobia y otras formas de intolerancia. Reconocemos que aún persisten en el nuevo siglo, y su persistencia está enraizada en el temor: temor a lo diferente, temor del uno al otro, temor a la pérdida de la seguridad personal. Al mismo tiempo que reconocemos que el temor humano es en sí mismo imposible de erradicar, estamos convencidos de que sus consecuencias sí pueden ser erradicadas”. La llamada Declaración “Visión para el Siglo XXI” daba cuenta entonces de que la intolerancia es un fenómeno añejo que mantiene separados a los pueblos para evitar causas comunes contra sistemas que se nutren del canibalismo entre pueblos hermanos. Personajes como Donald Trump, Matteo Salvini y los representantes del partido Vox en España soportan sus campañas políticas sobre la base del miedo y el odio hacia quien viene de otras tierras.

En Latinoamérica

Son ahora mismo los venezolanos los sujetos del odio, y su drama se usa para dividir, asustar y sofocar intentos unionistas que amenazan el sistema establecido. Régimen añejo en torno a EEUU que se vio amenazado al llegar el siglo XXI con apuestas al socialismo en Argentina, Bolivia, Brasil, Nicaragua, Cuba, Venezuela y países del Caribe Oriental. Esos proyectos con intenciones unionistas que fueron aparentemente derrotados hace unos cinco años (el tiempo que tienen migrando los venezolanos) pero ahora mismo parecen levantar nuevamente la cabeza en la región. Se ataca específicamente a migrantes económicos venezolanos que llegaron a Colombia, Perú y Ecuador, cuyos ciudadanos se desplazaron por décadas teniendo como uno de sus principales destinos Venezuela. Naciones con Gobiernos estrechamente ligados al FMI.

Diana Carolina

Un ejemplo del odio por procedencia contra connacionales ocurrió en Ecuador luego del 20 de enero de 2019. Un infortunado y atroz asesinato ocurrió en las calles de Ibarra, al norte de Quito. Fue el femicidio de Diana Carolina; una mujer embarazada que recibió cuchilladas de su pareja sentimental en presencia de varios agentes policiales quienes, superando en número y armamento al delincuente, no lograron evitar el crimen durante 90 minutos que duró la situación de rehenes. Frente a las cámaras de teléfonos móviles, el secuestrador armado con tan sólo un cuchillo, mató a la mujer; nadie lo detuvo. Al día siguiente, los titulares de prensa destacaron sólo que lo hizo un “hombre venezolano”. La atención no se centró en lo absurdo de la incapacidad de varios policías armados y apertrechados con escudos e indumentaria antimotín para someter a un solo hombre; lo que resaltó en los relatos fue la nacionalidad del sujeto. En respuesta al asesinato, el presidente de Ecuador, Lenín Moreno, anunció “la conformación inmediata de brigadas para controlar la situación legal de los inmigrantes venezolanos en las calles, en los lugares de trabajo y en la frontera” y que se establecerían restricciones contra el ingreso de los venezolanos. Aquello causó una ola de violencia que significó la agresión antivenezolana bajo la consigna de Moreno que decía “#TodosSomosDiana”, explicando que a los venezolanos “les hemos abierto las puertas, pero no sacrificaremos la seguridad de nadie”.

Ahora en Perú

Más recientemente los venezolanos son víctimas de campañas xenófobas que los acusan de ser los causantes de la delincuencia, el desempleo y la inseguridad peruanas, nación que atraviesa una crisis política que incluye la reciente destitución del primer mandatario, Pedro Pablo Kuczynski, por hechos de corrupción. Bajo la consigna “Maduro, recoge tu basura. Fuera venecos”, el 28 de septiembre se propagó rápidamente en redes una protesta nocturna contra la inseguridad en ese país. El presidente Nicolás Maduro responsabilizó del fascismo a la oligarquía peruana y a Martín Vizcarra, presidente de la nación incaica, de tolerar los actos violentos. Ese mismo día estaba dispuesto el retorno de más de un centenar de venezolanos a su tierra natal. Ellos pidieron volver para escapar del odio que aseguran haber sufrido, pero los planes se vieron frustrados cuando la empresa encargada de proveer combustible al vuelo de Conviasa para el regreso se negó a surtir a la aeronave. La excusa fue que las medidas del Gobierno de EEUU contra Venezuela se lo impedían, así se vieron varados por más de cien horas, y sin lugar donde resguardarse, quienes ya habían planificado su retorno, adultos ancianos y niños, algunos de ellos enfermos y la mayoría decepcionados por haber salido de su tierra natal.

A la familia Vega le tocó vivir en la calle

Juan Carlos Vega, uno de los migrantes venezolanos que se quedó varado en Lima ante la negativa de suministrar combustible al vuelo dispuesto para el Plan Vuelta a la Patria, expresó: “Estoy en la calle, viviendo en la calle. Llegué aquí a Perú hace dos meses y tengo 18 días en la calle, nadie me ha brindado una mano amiga, nadie me ha ofrecido un trabajo porque soy venezolano, como nos dicen ´venecos´” Explicó que su decisión de viajar fue por “amistades que nos dicen que están bien afuera y es una mentira”. Según su experiencia, para un venezolano sobrevivir “tiene que tener un buen trabajo, muy buena suerte y sin embargo los servicios lo consumen”. Su plan original era quedarse en casa de un amigo, pero no se logró y gastó todo su dinero en hoteles hasta quedar en situación de calle junto a su esposa e hijo. “Lo que les puedo decir es que no se vengan, no salgan del país porque los van a tratar mal, van a estar en la calle; como yo, que ni para un desodorante tengo y estar fuera del país es duro”, enfatizó Vega desde Lima con frustración tras las malas experiencias, entre las que asegura que a él, a su esposa e hijo los llamaban ladrones y asesinos y que recibieron burlas desde el mismo momento en que desembarcaron del autobús que los trasladó hasta la nación incaica. Aseguró este venezolano que ahora regresa a su tierra luego de las vicisitudes que impidieron el despegue del avión de Conviasa para el Plan Vuelta a La Patria que lo único bueno que sacó de su terrible experiencia fue apreciar lo que dejó atrás en busca de una supuesta mejor oportunidad económica y social: “valorar mi país, fue la oportunidad que vi”, dijo.

Salió buscando bienestar y vuelve con la salud malograda

Destaca entre los argumentos para decidir migrar, la posibilidad de acceder a mejores planes de salud y de protección social, pero no fue eso lo que vivió Paola Medina, otra venezolana cuya experiencia de migración a Perú fue muy distinta a sus planes originales. Vivió en Lima un año y tres meses hasta que pudo volver el pasado miércoles dos de octubre, cuando el vuelo dispuesto por el Gobierno para repatriar a doscientos venezolanos pudo abastecerse de combustible para cumplir su misión. Explicó Medina que pasó seis meses sin encontrar trabajo, lapso durante el cual se dedicó a vender chicha venezolana en las calles. “El día 28 de noviembre, me acuerdo claro, hubo un peruano que nos metió el pie y nos botó toda la mercancía y el 15 de febrero conseguí trabajo en una panadería a medio tiempo; cobraba la mitad del sueldo, nada más, y desde hace tres meses para acá me acomodaron el horario: turno completo, pero de dos meses para acá me enfermé; me dio una parálisis facial”, narró durante la espera por el vuelo retenido en Lima. Aseguró la venezolana que en el centro hospitalario al que acudió no recibió la atención necesaria: “Me dijeron que si me atendían por emergencia, me ponían una inyección para el dolor; porque me pegaba un dolor por detrás de la oreja, pero no me mandaban a hacer los exámenes ni me mandaban los medicamentos que requería”, dijo. Indicó que tuvo que pagar un neurólogo privado quien le recetó medicamentos que, al parecer afectaron su hígado y le causaron una hepatitis. A su cuadro de deterioro en la salud se suma haber padecido hace cerca de dos años de un cáncer que ameritó que le sacaran los ganglios del brazo izquierdo y teme que la enfermedad haya regresado: “porque tengo el seno totalmente duro”, explicó. “Creo que si me nombran Perú me pondría a temblar porque, por lo menos con mi salud, no me fue muy bien aquí”, aseguró Medina. Fuente: Últimas Noticias